domingo, 17 de junio de 2007

Manos y alas.


Ayer probé las alas que me están creciendo en la espalda desde que tú te has ido, Julián, no duelen nada, las mías son negras, las tuyas blancas.
No necesito decirte que te quiero.
Dejaste escrita tu naturaleza, tu identidad, tu esencia. Marido, padre, hermano, amigo. Nada sin los demás, nada sin ella. Un lugar en nuestro corazón.
Esto si duele, pero no pincha porque eres una flor no una espina.
Ayer probé las alas que me están creciendo en la espalda desde abril, y funcionan, me elevaron unos milímetros del suelo, lo suficiente para pisar sin hacer daño a las aceras, recién lavadas de lluvia por cierto. Carpe diem. Chispas de colores sobre fondo negro. Me tocaba vivir el momento.
Hablo de una cena, de un encuentro con personas que olían muy bien. No así el pescado que pedí de segundo plato. Por eso aproveche para salir a fumar un cigarrillo de los dos que llevaba.
Alguien se acercó a pedir tabaco y le dije que sólo tenía un cigarro mientras lo sacaba.

—Entonces no, dijo en el perfecto español de quien ha recorrido medio mundo y tomado todos los acentos a su paso, pero yo le di el cigarro y un mechero porque también llevaba dos, obsequio de un chino en diciembre, después de comprar el pan:
-Legalo mechelo glati.
-Gracias, dije yo.
Y a legalo legalao no le vas a poner precio.
Alguien levantó el pulgar al cielo y señaló mi cara. Preguntó si podría comprar más tabaco y le dije que sí, cerró el puño agradecido, se dio dos golpes sobre el corazón, volvió a señalar mi rostro y dijo:
-Tú, no sé tu nombre.
-Carmen, ¿y tú?
-Buba.
-Cómo se escribe, pregunté, —cosas mías.
-B ú a b á. Deletreaba y sonreía poniendo las tildes a capricho como hago yo en paromités, un lenguaje que he inventado para los excesos. Tenía lo blanco de los ojos rojo.
Nos rozamos las manos como si lo necesitáramos por alguna extraña razón. Toqué muchas manos blancas ayer. Las de Buaba eran negras. Me gusta tocar las manos de la gente, me transmiten muchas sensaciones.
El camarero me reprendió porque la cena se enfriaba cuando pisé la colilla y volví hacia dentro del local.
-Me esperan, —dije.
Buaba se encogió de hombros y se fue con los ojos asombrados y brillantes, a punto de lágrima por sí mismo, pues nadie llora por nadie, si lloramos lo hacemos por nosotros, por nuestro triste ombligo. Mientras se alejaba me pareció que se elevaba unos milímetros del suelo, como cuando se roza el bienestar, pero no estoy segura. Casi nunca estoy segura de nada.
No sé, Julián, ayer probé las alas que no se ven, pero son pardas y creo que si nunca lo fui, jamás seré ya una mujer sensata. Son pequeñas pero me elevaron unos milímetros del suelo a la vuelta, pocos, muy poquitos, lo suficiente para flotar, para vivir el momento y pisar sin hacer daño a las aceras.

                                                    25/mayo/2007