viernes, 24 de abril de 2009

Lecturas


Ayer, en el Círculo de Bellas Artes,
leí unas cuantas líneas del Quijote,
con un libro colgado en cada oreja.

domingo, 5 de abril de 2009

La rueda de la vida

Hace años, siendo niña, entré en casa de la abuela Carmen para enseñar una cestita. Mi madre acababa de hacerla con los tapones de las botellas de vino que vendíamos en la tienda, al pormenor; un cuarto, medio litro... Entonces había cortinas hechas con chapas de refrescos y cervezas, chafadas alrededor de una cuerda y fijadas con algún nudo. Más que la estética, me gustaba el tintineo que producían al atravesar los umbrales de las puertas. Pero los tapones de aquellas botellas eran sombreritos de plástico. Mi madre les recortó la “copa” y forró el “ala”; una anilla plana de aproximadamente un centímetro. Las unió una por una, consiguiendo un entramado rígido y les dio la forma de una cesta, pequeña y coqueta, con un asa que se cerraba con un trozo de lápiz. Estaba tan contenta de la originalidad de su obra que se empeñó en mandarme a que la “viera” la tía Sole que vivía también allí desde que se quedó ciega. Era el mes de febrero y ya era de noche. Puse mil excusas infantiles, para no salir de casa a esas horas, pero insistió tanto que tuve que ir. Vivíamos cerca, en la misma calle. La abuela Carmen ya tenía la sartén al fuego lista para freír, la tía, que picaba patatas para la cena, se lavó y se secó las manos en el mandíl, repasó la cesta, la vio con aquellos dedos, largos y diestros que eran sus ojos y le gustó. Luego dijo:
-Mira, Maricarmen, lo que estoy haciendo. Patatas de dos clases. A tu primo le gustan redondas y finas, y a tu prima alargadas.
Comprendí en aquel gesto un mensaje que se adhería a los platos, a las paredes y al aire tibio, en la humildad de la típica cocina castellana, recibí una lección de amor. Y sentí el crujidito del crecimiento instantáneo. Algo que nunca he podido olvidar, y no sólo porque fueran las últimas palabras que le oyera: a mi tía se le paró esa madrugada el reloj del corazón.
Al año siguiente me vine con mis padres a vivir a Torrejón. Y seguí creciendo. Hace unos días he vuelto a entrar en una de las tres casas que se hicieron en la de la abuela cuando ella murió. Mi prima llevaba el mandíl puesto, pero era su marido quien cuajaba las tortillas; una para cada uno y dijo:
-Mira lo que estoy haciendo. Tortilla de tres clases. A tu prima le gusta más fina y menos hecha, a mi más alta y al niño intermedia.
Entonces me di cuenta de que no sólo estábamos en el mismo sitio, una parte de la misma gente de antaño, sino que la misma parte de la rueda de la vida giraba en ese instante para dar un repaso a la misma lección: la grandeza de las cosas que solo se hacen por amor.