lunes, 4 de mayo de 2009

Luis Eduardo Aute

Torrejón respira, se mueve, mejora y crece. Es un gozo habitar esta población últimamente. Las calles están muy bien arregladas, más limpias. Hay fuentes y otros ornamentos que la embellecen. Además hay fiestas populares a todas horas, para todos los gustos y todas las edades.
Es como celebrar la vida continuamente. Ocio alternativo.
Este fin de semana se conmemoraba el dos de mayo; los tres días ha habido actuaciones gratuitas. Anoche un concierto de Luis Eduardo Aute.
Un lujo para los sentidos.
Más de dos horas estuvo cantando, explicando de forma amena el por qué de algunos temas, e incluso recitando poemigas (poemas con mucha miga). El escenario estaba instalado en la plaza, con sillas de tijera para el publico. EL cielo se vistió de azul raso y las golondrinas volaban en círculos, bailando, escuchando, decorando junto a la luna el mejor techo del mundo.
Poco a poco fue oscureciendo y el aire comenzó a enfriarse. La gente se iba retirando y al final sólo quedamos los entregados a tan amable causa. Ya nos advirtió el genio canta autor que el concierto sería largo y nos daría “el alba”, y nos la dio al final y a capela, pero antes de eso tocó las melodías más conocidas a solas con su guitarra y antes con el grupo...
En fin, una gozada; aunque Luis Eduardo venía de ver la última imagen de un amigo: Pablo Lizcano, el periodista que falleció ayer en Madrid.
Él le dedicó una canción.
Yo, modestamente, me uno al dolor de su pérdida y le doy un beso a su mujer, mi admirada Rosa Montero.

viernes, 24 de abril de 2009

Lecturas


Ayer, en el Círculo de Bellas Artes,
leí unas cuantas líneas del Quijote,
con un libro colgado en cada oreja.

domingo, 5 de abril de 2009

La rueda de la vida

Hace años, siendo niña, entré en casa de la abuela Carmen para enseñar una cestita. Mi madre acababa de hacerla con los tapones de las botellas de vino que vendíamos en la tienda, al pormenor; un cuarto, medio litro... Entonces había cortinas hechas con chapas de refrescos y cervezas, chafadas alrededor de una cuerda y fijadas con algún nudo. Más que la estética, me gustaba el tintineo que producían al atravesar los umbrales de las puertas. Pero los tapones de aquellas botellas eran sombreritos de plástico. Mi madre les recortó la “copa” y forró el “ala”; una anilla plana de aproximadamente un centímetro. Las unió una por una, consiguiendo un entramado rígido y les dio la forma de una cesta, pequeña y coqueta, con un asa que se cerraba con un trozo de lápiz. Estaba tan contenta de la originalidad de su obra que se empeñó en mandarme a que la “viera” la tía Sole que vivía también allí desde que se quedó ciega. Era el mes de febrero y ya era de noche. Puse mil excusas infantiles, para no salir de casa a esas horas, pero insistió tanto que tuve que ir. Vivíamos cerca, en la misma calle. La abuela Carmen ya tenía la sartén al fuego lista para freír, la tía, que picaba patatas para la cena, se lavó y se secó las manos en el mandíl, repasó la cesta, la vio con aquellos dedos, largos y diestros que eran sus ojos y le gustó. Luego dijo:
-Mira, Maricarmen, lo que estoy haciendo. Patatas de dos clases. A tu primo le gustan redondas y finas, y a tu prima alargadas.
Comprendí en aquel gesto un mensaje que se adhería a los platos, a las paredes y al aire tibio, en la humildad de la típica cocina castellana, recibí una lección de amor. Y sentí el crujidito del crecimiento instantáneo. Algo que nunca he podido olvidar, y no sólo porque fueran las últimas palabras que le oyera: a mi tía se le paró esa madrugada el reloj del corazón.
Al año siguiente me vine con mis padres a vivir a Torrejón. Y seguí creciendo. Hace unos días he vuelto a entrar en una de las tres casas que se hicieron en la de la abuela cuando ella murió. Mi prima llevaba el mandíl puesto, pero era su marido quien cuajaba las tortillas; una para cada uno y dijo:
-Mira lo que estoy haciendo. Tortilla de tres clases. A tu prima le gusta más fina y menos hecha, a mi más alta y al niño intermedia.
Entonces me di cuenta de que no sólo estábamos en el mismo sitio, una parte de la misma gente de antaño, sino que la misma parte de la rueda de la vida giraba en ese instante para dar un repaso a la misma lección: la grandeza de las cosas que solo se hacen por amor.

jueves, 26 de marzo de 2009

La Gaviota


En una sociedad teledirigida, de fácil encumbramiento si echas un polvo en un hotel con un futbolista, por ejemplo, en un mundo que nos venden enfermo cuando nuestro universo está sano por dentro o donde los asesinos tienen todos los derechos que les han vetado a sus víctimas... Uno ha de buscar alternativas. Por eso cuando saco la nariz de los libros donde disfruto y aprendo, donde desarollo la imaginación y de los que entresacó frases que me gustan mucho y las copio en un cuaderno; acudo a clases de teatro y escritura creativa. Bien, este año estamos trabajando una obra títulada La gaviota, de Antón Paulovich Chéjov (1860-1914) en este tipo de talleres siempre hay más mujeres que hombres, aunque los seis que necesitamos; (Sorín, Treplev, Shambrayev, Trigorín, Dorn, y Medviedenko) los tenemos, pero para cada personaje principal femenino hay cuatro candidatas, es decir cuatro Ninas (actriz jóven) y cuatro Arkadinas, (actriz madura) entre las que me encuentro. Nuestro director-actor Luis Hostalot ya está preparando el montaje para representar en junio y ya nos ha dicho algunas cosas que hay que preparar como atrezzo, entre ellas una gaviota muerta que aparece en un momento determinado y da mucha simboligía a la obra, además del título, por eso es importante. Yo la busco cada vez que entro por casualidad o adrede en algún bazar chino, pero sólo encuentro animales de tierra o de agua, ningún pájaro. Ayer, sin embargo encontré una madejas de lana gris y blanca con plumas colgando y tuve una idea. Costaban 60 céntimos y compré tres porque eran pequeñas. Cuando llegue a casa solté la faja de papel que llevan sujetando las hebras para que no se deshagan, cogí una aguja de ganchillo y me puse a probar cómo quedaba. Una hora después tenía el cuerpo relleno de arroz y lana blanca, el cuello y la cabeza enganchados al cuerpo, y hechas las dos alas. Después de comer hize los ojos la lengua el pico y las patas. Y estoy satisfecha.
Aunque la reperesentación se frustrará, cosa que no creo ni quiero, puedo decir sin faltar a la verdad:
He hecho La Gaviota.