Hace muchos años tuve una balanza con dos platillos dorados y cinco pesas colocadas de mayor a menor debajo. Podía pesar cosas pequeñas, y pequeñas cosas. Un tomate no cabía si era grande. Podía poner una paraguaya, o un puñadito de arroz.
La balanza era el sueño de una tienda. La emulación de lo cotidiano reducida a un juego. La posibilidad de ofertar productos, atender al público, pesar, vender y ganar dinero.
Y era también una visión de futuro, una lección práctica, un ejemplo, una advertencia, había que guardar el equilibrio, repartir el peso, calcular bien, unos granos de maíz a un lado y la pesa pequeña al otro, o la mediana contra unos garbanzos, se podían pesar pipas de girasol, pero si llenabas el platillo de canicas o de piedrecitas no había pesa grande que valiera, ni siquiera todas juntas, el platillo se descolgaba y se hundía hasta la base del juguete.
Ya no la tengo, pero aún practico el equilibrio como un rito, como un juego.
La balanza era el sueño de una tienda. La emulación de lo cotidiano reducida a un juego. La posibilidad de ofertar productos, atender al público, pesar, vender y ganar dinero.
Y era también una visión de futuro, una lección práctica, un ejemplo, una advertencia, había que guardar el equilibrio, repartir el peso, calcular bien, unos granos de maíz a un lado y la pesa pequeña al otro, o la mediana contra unos garbanzos, se podían pesar pipas de girasol, pero si llenabas el platillo de canicas o de piedrecitas no había pesa grande que valiera, ni siquiera todas juntas, el platillo se descolgaba y se hundía hasta la base del juguete.
Ya no la tengo, pero aún practico el equilibrio como un rito, como un juego.