viernes, 23 de enero de 2015

Anchoas


Muchos años después el hombre sonríe al abrir el frigorifico y ver el tarro dentro, sonríe al abrirlo y olerlo, y sonríe también cuando las saborea. Su novia al salir de la conservera, con el pelo recogido en una coleta y una falda de vuelo que se movía alrededor de sus caderas, preguntaba:
—¿Huelo a anchoas?
—Qué va, hueles a mar cantábrico, reina, contestaba él dándole un beso.
Se casaron, tuvieron dos hijos y un perro. Una vida sin grandes triunfos ni grandes penas. Hace mucho tiempo que ella dejó de trabajar en la fábrica y él de ir a buscarla. Ya están jubilados, tienen algunas gallinas ponedoras y una huerta discreta que da para el gasto de la casa. Suelen cenar una ensalada de lechuga o de tomate con aceite, orégano, aceitunas negras y queso fresco. Algunas noches el saca él tarro de la nevera, sonriendo, pone dos o tres para cada uno sobre una rebanada de pan tostado untado con ajo.
Ella lo conoce bien y espera sus palabras, sonriendo, ahora lleva el pelo canoso recogido en un moño y tiene las manos quietas en el halda.
—Hueles a anchoas, sirena, le dice el viejo después de cenar.
—Mentiroso, huelo a mar, le dice ella, y se dan un beso.

(Este relato es quinto premio en el I Certamen A qué sabe Cantabria)


sábado, 10 de enero de 2015

Un caballero


Era invierno en Long Island. Walt Whitman se quitó el sombrero e inclinó la cabeza al pasar junto a una bella desconocida. Comparó sus pechos con las colinas Vermont, su pelo con los bosques de Maine, sus caderas con los ranchos de Texas. Ella miró para otro lado evasiva, orgullosa. Se cruzaron. Él se volvió a mirar su andar elegante, su figura deslumbradora. Ella siguió su camino sin sospechar al hombre, al maestro de escuela, al carpintero, al tipógrafo, director de periódico, empleado público, enfermero, al poeta que le puso voz al crecimiento de la hierba. Walt Whitman se mesó la barba y volvió a ponerse el sombrero antes de que se le enfriase la cabeza. Sí, se dijo, es preciosa, pero cualquier  hormiga, rana o zarzamora es tan importante como ella.

jueves, 8 de enero de 2015

El péndulo


Ella le soltó un discurso largo y adornado para envolver la peor noticia, le sirvió una infusión calmante en una taza de porcelana blanca, le dio un beso sincero en la mejilla y esperó una reacción.
—Quiero más azúcar, dijo él, haciendo péndulo sobre la mesa del comedor con la cucharilla limpia y seca.
Mientras ella iba a la cocina, él abrió el balcón, inspiró hondo y se arrojó al vacío.