sábado, 10 de enero de 2015

Un caballero


Era invierno en Long Island. Walt Whitman se quitó el sombrero e inclinó la cabeza al pasar junto a una bella desconocida. Comparó sus pechos con las colinas Vermont, su pelo con los bosques de Maine, sus caderas con los ranchos de Texas. Ella miró para otro lado evasiva, orgullosa. Se cruzaron. Él se volvió a mirar su andar elegante, su figura deslumbradora. Ella siguió su camino sin sospechar al hombre, al maestro de escuela, al carpintero, al tipógrafo, director de periódico, empleado público, enfermero, al poeta que le puso voz al crecimiento de la hierba. Walt Whitman se mesó la barba y volvió a ponerse el sombrero antes de que se le enfriase la cabeza. Sí, se dijo, es preciosa, pero cualquier  hormiga, rana o zarzamora es tan importante como ella.

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