miércoles, 25 de febrero de 2015

Eloísa

La tía Eloísa vive en el museo del vídrio. Se encarga de retirar el polvo de las piezas con un plumero. Nunca ha querido confesar su edad. Sólo sabemos que pertenece a otro tiempo. Lleva el pelo recogido en la nuca con una peineta de carey. No se tiñe las canas, no se pinta. Viste de oscuro y habita un cuarto de dieciseis metros cuadrados más allá del porche, donde no llegan los turistas ni los grupos de mujeres que lo visitan. Tiene una cama de niquel con colchón de lana, una mesilla de nogal con orinal de cerámica, un armario estrecho y una balda con un par de zapatos para cada día de la semana. Habla de los diferentes tipos de grabados que adornan el cristal; veneciano, al ácido, y a la arena el más antiguo y que a ella más le gusta. Su pieza favorita es una frasca del siglo XVIII labrada, la de mi hermana una compotera decimonónica y la mía un pequeño embudo de 1787, aunque también me gusta un tintero de 1830, y un esenciero con forma de fuelle.
La mala suerte, sus años y un trozo de suelo congelado en el patio, la han hecho resbalar y romperse varios huesos. Tía Eloísa tiene ahora la voz de una niña a punto de echarse a llorar. Ya no habla del polvo que acumulan los recipientes de farmacia. Dice cosas muy extrañas:
Enamorarse es sentarse en una nube a mirar tejados. Estar loca y disfrutarlo. Vivir en el fondo del mar con una escama en cada poro. Volar. Yo he sido una mujer con alas, aquí donde me veís, porque él me amó y lo amé.
Parece triste al pronunciar y sin embargo se le iluminan los ojos cuando habla, y se le arquean los labios cuando parece soñar y calla.

sábado, 21 de febrero de 2015

Exhibicionismo

El hombre de la gabardina agarró con firmeza los bordes de la prenda que le cubría el cuerpo. Los apartó de sopetón al cruzarse con ella, que quedó escandalizada por completo. Jamás en su vida había visto algo tan obsceno; una víscera oscura, llena de venas azules, latía en su pecho.

martes, 17 de febrero de 2015

Zapatos nuevos






El niño está sentado en una escalera de piedra, delante de una puerta. La chaqueta de paño le queda pequeña. Asoman las mangas del jersey de lana gris tejido por su madre. Asoman también sus viejos calcetines por el agujero del zapato derecho. La presión del dedo gordo, el frío, y el paso del tiempo, han estallado la badana.

Cierra los ojos, abre la boca al cielo y sus dientes se llenan de sol y de alegría cuando alguien le da los zapatos nuevos. Brillan tanto, son de piel marrón.