lunes, 19 de mayo de 2008

Roces


Rosa me salva con entusiasmo de desayunar sola los domingos, (porque mi familia se levanta dos o tres horas más tarde), yo la salvo a ella los sábados, (porque lleva toda la vida viviendo con sus padres). Sale a mi encuentro con una sonrisa de satisfacción. Trabaja en la ONCE, así que todo el mundo la saluda y la conoce, y ella presume de prima en la primera oportunidad que se presenta.
-¿Qué tal ayer en el campo? Me pregunta.
-Bien. Estuvimos dando un paseo hasta El Sitio. Tuvimos suerte, hizo buen día. El campo está precioso. La jara viste de verde oscuro toda la sierra y las flores blancas son como el cenicero de gordas. (Está en el centro de la mesa, y Rosa lo mira para darse una idea) Salpican todo el manto verde, lo rompen, lo bordan. Huele a higuera y a olores tiernos, húmedos, y a las flores de todos los colores. El trinar de los pájaros se conjuga con el rumor del agua y en la piel se siente el frescor del aire. Todos los sentidos disfrutan. Todos. A la vuelta comimos ensaladilla, solomillo en hojaldre, pisto, tortillas...
-Claro.
-Luego dimos un paseo hacia el otro lado.
-Y ¿hasta qué hora estuvisteis?
-Hasta media tarde, yo me hubiera quedado más pero había que traer a mi padre, que buscó espárragos, y luego nos fuimos a casa de María Luisa.
-Ah.
Le hablo de Lucía, de que ya se anda y de cómo anda, (leo en su risa un poema, llevo quince meses mirándola y no termino de aprendérmela, Julián, se parece a las tres generaciones que hemos conocido y al mismo tiempo es única) le digo que durante un rato fui el caballo de Paula, (tiene ya más de tres años, su madre ha empezado a trabajar y ha tenido que explicarle punto por punto el porqué y el dónde, pues bien, una mañana cuando volvió del primer turno de noche salió corriendo a encontrarse con sus brazos y dijo: -Mamá, mamá, no vayas al hospital. Tú no eres enfermera, tú eres madre) de cómo jugaban con Zaira. Porque la perra las buscaba y ellas la seguían. Y la pequeña la saludaba todo el tiempo: Hola, (también me parece que tiene una voz preciosa) y el animal sacaba una lengua inofensiva para rozarle de un lametón cariñoso la cara.
-Pero la perra la han comprado después, ¿no?
-No. Un poco antes. Yo la vi por primera vez después, pero fíjate que nos huele y nos conoce y nos trata como a la gente de la casa, se restriega en la pierna y te mira mansa y recoge una caricia con agrado. Porque nuestro olor es el mismo. Había otro perro allí, en el campo, junto a la mesa de piedra donde comimos, que no se aparto de nosotros, se ve que nos olía y le gustábamos, le hice una foto con Irene. Era precioso, muy tranquilo, y era como si supiera a lo que íbamos.
-Los animales saben más que las personas, entienden más, dice con voz ronca. Son mejores.
-Sí, y presienten las catástrofes mucho antes, los terremotos, los tsunamis.
Rosa es especial, nunca llegará a ser una mujer como las demás, aunque vaya cumpliendo años y haya dejado de ser una niña hace tiempo. Ya habíamos terminado de desayunar y, cuando levanté la vista para buscar al camarero y pagarle, le asomaban dos lágrimas, una por la sabiduría animal y otra porque se reconoce en el olor de la familia.
Las personas especiales entienden emociones que no les interesan a las otras, más pendientes, por ejemplo, de las marcas y modelos de los coches. Por eso busco a Rosa los sábados y dejo que me encuentre los domingos para desayunar y hablar de cosas al aire. O de las otras.