domingo, 14 de diciembre de 2008

Álbum de emociones


2008. En cinco ocasiones he tenido un traje de novio al lado, en un banco de la iglesia, delante de un cura primero, y luego en la mesa presidencial de un salón donde celebrar bodas con muchos invitados.
Las cinco veces se trataba de novios jóvenes y guapos. Hombres que me querían y a los que yo quería.


1981. Julián tenía 22 años cuando se casó con María Luisa. Mi madre dijo que la madrina sería yo, porque era más joven y más fotogénica que ella. No hubo discusión. Mi hermano llevaba un traje azul marino y la novia un vestido en color cava. Yo tenía 21 y todo me hacía ilusión; encargar el traje sastre a medida, probármelo todas las veces que fuera necesario, y pagarlo con mi sueldo, que no era muy alto. La falda y la chaqueta color cereza, las confeccionó un modisto que hoy sería gay, pero al que entonces le decían mariquita, tenía muy buen gusto, asesoraba a las novias y a las madrinas, me aconsejó una camisa en crudo de cuello romántico y un sombrero de fieltro con una pluma. La vecina dijo que parecía una azafata.
Era nuestro estreno como protagonistas absolutos del día, los novios estrenaban, además, una nueva vida. Una vida en común que solo la muerte, 25 años después, truncaría.
Pero esa es otra historia.
El convite se celebró en la alameda de Osuna. Pablo y Emi, aún no sabían pelar los langostinos.


En 1985 el novio era Alejandro, mi novio. Era invierno. Dicen que da suerte llevar algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul. También dicen que novia mojada, novia afortunada.
No sé. Pero lleve pendientes prestados, vestido nuevo, medalla vieja y liga con cinta azul, (la había cosido yo misma, en Sevilú) por si acaso. Cayeron unas gotas al entrar al templo y nos mojaron.
Realicé todos los preparativos, paso a paso, muy relajada. Luego vino la peluquera a colocarme el velo.
Estuve tranquila hasta la una, como si todo aquello no fuera conmigo, pero cuando bajé del coche de mi padre y vi a la gente, familiares y amigos, esperando a que mi hermano Jesús, que era el padrino, me cogiera del brazo, me empezó a temblar, de repente, el ramo.
Héctor, el primer hijo de Julián, tenía 19 meses y se entusiasmo cuando apagarón las luces del salón y con la música de la guerra de las galaxias, entre rayos de colores, la tarta bajó del techo.


1987. Te va a tocar otra vez, -dijo mi madre. Jesús también tenía 22 años, también celebró el banquete en la alameda de Osuna y también me tuvo de madrina. Era primavera. Mi hermano llevaba un traje gris y la novia un vestido blanco. Yo estaba muy delgada. Me puse una falda de tubo y una camisa con aplique de lentejuelas, además de un sombrero con un velito, como los que salían en algunas películas de los años cincuenta. La vecina dijo que parecía una modelo.
Trabajábamos en Risi: mi padre, Julián, Jesús, la novia (a quien conoció allí) y yo. La empresa entera estaba invitada, fue una comida muy alegre. En mi tercera boda tenía 26 años y una hija. Una niña de 20 meses que paseó su dolor de oídos metida en un vestido de terciopelo azul, con lazos blancos, dando mordiscos al pan como si fuera el mejor manjar del mundo. Héctor se sentó, muy formal, al lado de mis hermanos pequeños, sus tíos. Pablo y Emi, todavía no sabían pelar bien los langostinos.


De pequeños el año 2000 estaba muy lejos. Se esperaban grandes cambios a nivel tecnológico y humano. Los más agoreros pronosticaron el fin del mundo. Y no sé de quien partió la idea de que fallarían todos los ordenadores.
No ocurrió nada de eso.
Emilio se casó con Consuelo a los 28, la edad de la emancipación se iba retrasando. Los jóvenes cada vez vivían mejor y se aseguraban de poder seguir haciéndolo.
Le dije a Emi que sí porque lo quiero, y me puse de largo. La vecina dijo que iba elegante. Pero a la cuarta boda no se lleva la misma ilusión que a la primera. Mi hermano llevaba chaleco y corbata gris perla, Consuelo un vestido de novia blanco.
La familia había crecido mucho. Mis padres ya tenían seis nietos, dos de Julián, dos de Jesús, dos míos.


2004. Pablo se casó en septiembre. También a los 28, como si las historias tendieran a repetirse para cobrar fuerza.
El traje de Pablo hace juego con el de Cristina. Su chaleco es color vino de Burdeos, como el fajín de la novia. Yo otra vez voy de largo. Soy la madrina, lo han adivinado. La vecina no dijo nada de mí.
Los novios iban muy guapos y estaban muy alegres, pero algo triste vibraba en el aire, y lo notábamos. Hubo tensión en el baile, cuando mi madre ya se había retirado agarrada al brazo de mi padre. Hay algo que solo entienden y explican los abrazos. Se cerraba un ciclo y lo sabíamos. Fue la última boda, las últimas fotos de todos juntos.


2008. En la tela de los hombros del traje de novio de Pablo, ya guardado en el armario, hay unas gotas de agua evaporada con restos de sal, junto con las dactilares de todos, también de Julián.

martes, 2 de diciembre de 2008

Mi otro yo


Arropé a los niños cuando se durmieron y me fui a sentar al comedor. Ese rato es para mí uno de los más agradables del día; silencioso, tranquilo, relajado, y a menudo útil, que suelo aprovechar para leer, si no estoy muy cansada o tengo mucho sueño, preparar la comida del día siguiente, o coser lo imprescindible. Abrí el costurero y cogí una hebra de hilo azul, el color más similar que encontré para meter el bajo de los pantalones vaqueros que me había comprado por la tarde. Mientras enhebraba la aguja al trasluz de la bombilla, un dedo infantil tocaba los bordes de la de la estampa de la tapa. Siempre hace lo mismo. Quité el volumen a la televisión.
La mano de la niña era regordeta, se le formaban hoyuelos en los nudillos.
-Hola, dijo, y se puso a pinchar con otra aguja el vestido de una bailarina, acribillando el bajo hasta formar un encaje nuevo. Un ruedo blanco de falsos bolillos. La estampa está aniquilada a pinchazos y aún se ve el dibujo, me sorprende que dure tanto.
-Hola, respondí, mientras medía con la mirada su brazo, desde la muñeca al hombro.
Llevaba un jersey rosa de lana gruesa, tejido a mano.
-¿Esta es tu casa?
-Sí, ahora vivo aquí.
-¿Te gusta vivir en un piso?
-Bueno… sí.
-¿No echas de menos el pueblo?
Su aliento olía como el agua de azúcar que nos daba mi madre para los males de garganta, y su cuerpo a lápices Alpino. Tuve que pararme a pensar antes de contestarle.
-No, todo no, sólo algunas cosas.
-¿Qué cosas?
-Pues… no sé muy bien. Recuerdo a padre trabajando en la era, y el picor del polvillo que se nos pegaba a la piel en el verano, las hileras de hormigas negras, la mula dando vueltas y la trilla arañando el grano con las esquirlas de piedra. Me gustaba sentarme en el rodillo a contemplar las nubes azafranadas del crepúsculo. También me agradaba el olor del pan recién traído del horno, todavía tibio, y la nata que hacía la leche al cocerse.
-En la tienda vendemos azafrán, y otras especias, ¿te acuerdas de despachar?
-Sí. Recuerdo el mostrador, los banastos de fruta, las legumbres, las conservas, las alpargatas, las sardinas arengues y las bombonas de butano. Para cobrar dos quesitos de un caja de ocho había que dividir el precio entre cuatro, era un juego.
-¿Ya no juegas?
-Con mis hijos.
-¡Ah, eres madre! ¿No te habrás casado?
Yo cogí aire y callé. Ella puso cara de defraudada.
-Y ellos ¿cómo son?
-Pequeños, aún.
-¿Cogen saltamontes?
-Aquí no hay donde.
-¿Van a la escuela?
-Al colegio.
-¿Te acuerdas de la escuela?
-Claro, con su estufa de leña que hacía humo, y la nieve al otro lado del cristal en invierno. Echo de menos el canto de los grillos en la Ermita del Cristo. Los juegos en Aquella Casa de la abuela que tenía baúles con ropa vieja y muebles de verdad.
-¡Pero te dan miedo las arañas!
-Bueno, antes me daban miedo las arañas patilargas del techo. Pero ya no. Una crece y cambia. Envejece y aprende.
-He sacado sobresaliente en matemáticas.
-Ya lo sé, y también sé de los varazos en los dedos antes del dictado. Aunque prefiero pensar en los paraísos de la calle patoja con su inolvidable olor, y las vistas a la fuente donde bebían las mulas, el lavadero rectangular, rodeado de oscura greda que servía como jabón, cuando no había otro, y la casa del tío abuelo Jaro con su antanilla picada en el suelo calizo y su chimenea de cuento.
-¿No harás olvidado el pastel de Roe Roe?
-No, claro, fue el primer cuento que leí.
-Bueno y ¿qué haces ahora? Cuéntame algo.
-Trabajo.
-¿En el campo?
-No, en una fábrica.
-Y ¿Te gusta estar encerrada?
-No, pero tengo que hacerlo.
-¿Por qué?
-Pues para terminar de pagar el piso y amueblarlo y criar a los chicos.
-Ah, y ¿tienes que trabajar toda la vida?
-De momento algunos años, luego ya veremos.
-¿Qué harás, o harías luego? No te rías, es que estoy dando los verbos.
-Estudiar y aprender todo lo que pueda.
-¿Dónde?
-Donde se me dé la oportunidad. Mira. Le enseñé el acerico de terciopelo añil que había hecho. Ella lo tocó y dijo:
-Me gusta mucho. Es muy suave.
Y se puso a jugar con los bonis, esos alfileres que tienen la cabeza de colores. Después quedó pensativa, me miró y preguntó:
-¿Aún lo guardas?
-Claro. Está aquí, en el costurero.
-¿Me lo enseñas?
Tiré del hilo de bordar que ya no usaba, rosa, de doble hebra. Tiré hasta dejar desnudo el papel que conocíamos, lo desdoblé, lo alisé, y le mostré su dibujo. Sonrió satisfecha y se puso en pie. Llevaba una falda tableada gris. Olía a invierno.
-Ayer fuimos al horno, yo soplé los moldes de las madalenas y me comí unas cuantas calientes. Bueno, y ahora me voy. Tengo deberes.
-Adiós, le dije pensando en las amapolas de los sembrados, en el tono dorado de las espigas maduras, en el olor a cáscara de almendra amarga del árbol de la abuela.
Doblé la hoja del cuaderno en cuatro veces, por las marcas del tiempo, enrollé alrededor el hilo de bordar que no uso, desde que se acabaron las tardes de costura amenizadas con la lectura del Quijote, cerré el costurero y dejé para otro día los bajos del pantalón. Madrugo mucho. Tenía sueño.
-Aquí se pueden hacer dulces en casa porque tenemos horno eléctrico, pero no salen igual y los compramos hechos para ahorrar tiempo.
Volvió la cabeza con una leve sacudida de trenzas.
-¿Tienes gato?
-No. Ahora, no.
-¿Cómo puedes vivir sin gato? La Colores ha parido cinco. Ha manchado un poco la alfombra de saco que cosimos a punto de cruz. ¡Pero son tan bonitos!

martes, 16 de septiembre de 2008

Zíngara mía

Siento envidia de aquellos que te vieron,
de los que levantaste mil pasiones.
De aquel que fugazmente te gozó,
en el calor de sus habitaciones.

Siento pasión por ti Gioconda mía.
Estampa que al mirar, evoca amor,
Mujer que nada dice. Siempre habla
con el lenguaje de su corazón.

Yo nunca te miré pero te he visto.
¿Quién te hace hablar también aunque no hables?
¡Qué retrato de ti, Zíngara mía!
Realiza de tu estampa Mari Carmen.

Con todo mi afecto y humildad: Fernando Cordón, agosto 2002



miércoles, 3 de septiembre de 2008

Única y diversa

El tormo
La ciudad donde nací está encantada. Cuenca es otro planeta. Los pueblos de la provincia están llenos de casas humildes y calles empinadas, la capital repleta de rincones íntimos, de secretos, y de historia. En la superficie habitada de pinos hubo mar hace mucho, mucho tiempo, y aún se nota su presencia marcada por hervor de siglos en ollas de piedra.
La región de la Alcarria conquense es una ruta de mimbre y miel.
La Mancha y la Manchuela ofrecen toda la gama imaginable de verdes y ocres en contraste con la blancura de los molinos de viento y las casas austeras, discretas, bajas.
La Serranía es una fiesta de relieves, visita obligada para los amantes de la naturaleza, basta una mirada al horizonte, roto por las caprichosas formas pétreas, para enamorarse del lugar donde te encuentras.
La hoz del Júcar y la del Huécar se alianzan para fortalecer al conjunto medieval de una ciudad encumbrada, de recia gastronomía y casas colgantes. Es considerada de Interés Turístico su Semana Santa, cuya procesión de los borrachos discurre por callejuelas empedradas y estrechas. La capilla de san Julián construida por Ventura Rodríguez es solo un ejemplo del arte que adorna sus calles, donde hay muros de barroco tardío y fachadas que fluctúan entre el gótico y el renacimiento. Pero no seré yo quien haga inventario de estilos arquitectónicos, no, a mí solo me corresponde dar mi opinión. Los monumentos están allí para disfrute de todos los ojos dispuestos a ser puerta para que entre la belleza y se clave en los huesos. Hay balcones naturales a los que puedes asomarte, como el Ventano del Diablo, a cavidades horadadas en la tierra por donde el río discurre lento y seguro de sí mismo, hondo y misterioso.
El nacimiento del cuervo con sus cascadas cantarinas o hechas témpanos, Las torcas formadas por restos de criaturas marinas, son perfectamente redondas, anchas, profundas, cada una cuenta una leyenda y casi todas hablan de amor, Las majadas con su parque cinegético El Hosquillo, un valle habitado por corzos, osos, buitres y cabras hispánicas, los montes colindantes repletos de sabinas, pinos, acebos, robles, avellanos y bojes, el camino a Beteta y su manantial de aguas minerales, sus cuevas con pinturas rupestres, Alarcón, el castillo de Belmonte...
...y algún tocón triste que suda lágrimas de ámbar.
Nací en el planeta Cuenca. En Tarancón. A los bordes de la carretera puede observarse la suave insolencia de un árbol solitario en una ladera de la parte más seca, largas historias contadas por las formaciones rocosas, amadas primero por el agua y besadas luego por viento durante milenios, muestras de tierra policromada en diversas tonalidades de rosa. El agua es abundante y el terreno abrupto, la Serranía acoge ciervos, jabalíes, gamos y muflones. Su clima es frío, pudiendo nevar abundantemente en los inviernos, y entonces las confieras y el pino se visten de blanco y verde, se ponen elegantes como una novia para una boda. La gastronomía es recia, como sus gentes, asados de cordero, calderetas, estofados de legumbre, las migas de pastor, las fritadas de matanza, los pistos y las gachas democráticas: de mojada y marcha atrás.
Soy de Cuenca, única y diversa.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Pasos y gestos

Sonríe.
Tiene quince meses y sus pasos son una novedad reciente. Se llama Lucía. Saluda a capricho en la situación y en el tiempo. Nos reunimos en familia y se pone a mirar muy seria. (Cuanta gente, parece que piensa). Observa todo alrededor desde la atalaya segura de los brazos de sus padres. Enseguida recuerda nuestras caras, nuestras voces, o se acostumbra de nuevo a escucharnos, a vernos, y nos acepta. Entonces sonríe. Va ella, y sonríe. Sigue a Zaira, la perra de su prina Irene, y le dice: “Hola” todo el tiempo, con una voz dulce, clara, maravillosa, en un tono bajo, lento y delicado. Va y viene. Juega y se cae. Apoya las dos manos en el suelo, levanta el culete y sigue adelante sin quejarse. Soy su tía. Ese “Hola” intermitente me hace feliz desde que lo pronuncia hasta el siguiente. Verla es disfrutarla. Que exista es un motivo de alegría. Pero además, la cara y los ojos de la niña se iluminan haciendo honor a su nombre cuando ella, simplemente, sonríe.

lunes, 11 de agosto de 2008

Casa Patas

Hay lugares cuya imagen se viene contigo adherida a la retina, aires que te acarician de una forma inolvidable y te doran la piel aunque hayas tenido la precaución de permanecer a la sombra, hay aguas en las que sumerges los pies y te van lamiendo hacia arriba hasta darte un beso de espuma en la coronilla, y hay cielos cuyas estrella te hacen sentir andaluza. Luego están los duendes que se cuelan suavemente bajo tu piel y te encienden los poros del entusiasmo en el cerebro, esos encargados de dar la orden de sentir emoción a todo el cuerpo.
Ocho días en Cádiz, tomando el café ¿con leshe? Y una ama el cielo que contempla y la tierra que pisa.
Vivo en Madrid, donde no hay mar, ni leshe, pero sí hay flamenco. El sábado estuve en Casa Patas, viendo el espectáculo. Volví a vibrar con un arte que no soy quien para explicar. Pero lo entiendo.
El sudor de Amador Rojas caía por la nariz desde su frente. Se ganó el pan y el jamón.
“De Madrid al cielo” y si es el de Cádiz, limpio y estrellado, mejor.


viernes, 8 de agosto de 2008

Azul turquesa

Color turquesa, Maxi, azul turquesa son los cinco huevos de la collalba que me encontré ayer. Ya ni me acordaba del nombre de esa piedra semipreciosa, ni de la joya que compone el nido del pájaro; ni que fuera un orfebre. Cuando íbamos tú y yo juntos por los altos de la Cobatilla y encontrábamos alguno nos bastaba con decir que tenían el mismo color que los huevos de los tordos, que venía a ser azul celeste. Pero mira, luego uno crece y empieza a ponerle etiquetas a casi todo. Azul turquesa. Cinco huevos.
El caso es que ayer no iba contigo -¿cuánto hace que no hemos ido juntos al campo? ¿Treinta, cuarenta años?-. Ayer me acompañaba ella. Desde que comenzó esta primavera, hemos salido varias tardes. Cruzamos un barranco, subimos un repecho y, al otro lado, paseamos por una dehesa desde la que, allá lejos, veo nuestra sierra de Altomira, por donde tú y yo zascandileábamos. La vegetación es la misma; te bajas del coche y en cuanto pisas el tomillo asciende y te envuelve su aroma y a mí eso me trastorna, me traslada cuarenta años atrás.

Empezamos a caminar, atravesamos sembrados, qué secos, que mezquinos hogaño por la sequía, Maxi, si los vieras-, pisamos yermos que yo siempre rebusco, por si espanto a la totovía que aún andará empollando. De las retamas o de las carrascas salen las parejas de perdiz, apeonando, las abubillas atraviesan nuestra ruta, volando, siempre a lo suyo, las urracas se chivan al campo de nuestra presencia...

Habíamos empezado a sudar y nos vino bien una ladera a la sombra de un encinar. Enfrente teníamos un barbecho arado hace menos de dos semanas; lo sé porque la tierra, como no ha llovido, está hecha polvo. Después de llover se hace costra. Teníamos el sol detrás y el paraje era hermosísimo. Mientras charlábamos, yo no paraba de mirar hacia el barbecho porque de vez en cuando descubría un aleteo. De pronto, a unos cien metros, vi un pajarillo, una collalba hembra; ya sabes que tienen un vuelo peculiar, entrecortado, y que cuando se paran no dejan de balancearse, como si amagaran para salir volando, por eso la reconocí. Iba saltando de terrón en terrón hasta que desapareció en medio de unas pajas. Calla, calla, le dije a ella, mira, a lo mejor tiene el nido allí. Al poco la vi salir volando, esta vez con decisión, alejándose. Pero no tardó ni un minuto en venir el macho. Se paró exactamente en los mismos terrones, dio exactamente los mismos pasos, pero no desapareció más que un par de segundos. Tienen el nido allí, seguro. Tomé una referencia, un mojón Maxi, como hacíamos tú y yo, y una piedra que blanqueaba igual que la luna llena. A la izquierda, un matojo, y entre éste y la luna un resto de rastrojo. Quédate aquí y, si me desvío, me corriges, fíjate en aquella piedra que refulge ¿la ves?
Corrí los primeros cincuenta metros, sin perder de vista el mojón. Seguí después paso a paso, librando tres o cuatro surcos con cada zancada. Enseguida estuve a quince metros de la piedra y me paré, inspiré antes de continuar, ahora mucho más despacio, surco a surco. Y lo vi, debajo del lomo de un terrón, bien cubierto. Cinco huevos azules, del color de los tordos, Maxi. Tendrías que haberme visto saltar, gritarle a ella que viniera para enseñarle el tesoro, como un crío, igualito, primo, que cuando íbamos tú y yo juntos por los altos de la Cobatilla. Llegó pero no quise enseñárselo. Párate aquí, y encuéntralo tú sola. Lo tienes a menos de veinte metros; tienes que ir mirando bien; no, no lo pisarás, yo estaré al tanto.

Tardó un poco, pero lo encontró. Y también se emocionó, aunque más por mi alegría que por sí misma. Volvimos felices a casa. Hoy regresaré para hacer unas fotos. ¿Sabes Máxi lo que hice la última vez que encontré un nido de collalba? La hembra estaba dentro del nido, pegada a mi pie derecho, y yo llevaba mi tirador, el que habíamos armado juntos. Sí, le disparé. Fíjate si he cambiado. Ahora me contento con verlo, y enseñarlo. ¿Me habré vuelto mejor persona? ¿Habré madurado? ¿O simplemente he envejecido? Lo que puedo asegurarte, primo, es que la emoción fue igual de intensa, aunque ahora sepa que los huevos de la collalba son de color turquesa, y que tú y yo nunca más volveremos a buscar nidos juntos.
                                                                                                                                                J.Orozco

jueves, 17 de julio de 2008

Gente interesante

La pareja de chinos que cenaba junto a nosotros, en un restaurante italiano de París, me miraba cuando me reía. Así que me dije, intenta contenerte, chica, que se pueden mosquear contigo. Primero me miraba el chino, que estaba justo enfrente, y yo me ponía seria y bajaba la vista al plato. Pero como soy de risa fácil y memoria floja, luego me miraba la china, que estaba sentada junto a mí a un bolso pequeño de distancia. Y entonces volvía a pensar, Carmen, retente un poco que los tienes tan cerca que el aire que provoca tu risa les puede volar la servilleta. Así, intercambiando la sopa y la ensalada, de donde comían un rato cada uno para volverlo a intercambiar, acabaron ellos el primer plato. Hasta que la china me dijo:
-Yo hablo español.
-¡¿Ah, sí?!, exclamé verdaderamente sorprendida y también contenta de no haberles ofendido.
-Él me dice todo el tiempo, habla, háblales, que son españoles y practicar un poco te vendrá bien.
-Y, ¿Dónde lo has aprendido?
-En Málaga.
-Pues lo hablas muy bien.
-Gracias.
-¿Hace mucho que aprendiste?
-Eh…, mucho sí. Doce años.
-¿Te gustó Málaga?
-Oh…, mucho sí. Adoro España.
-Yo vivo en Madrid.
-Yo en Canadá, oh…, junto a… ¿cómo se dice agua? Niágara.
-Cataratas.
-¿Se dice cataratas?
-Sí, las cataratas del Niágara, o el río.
-Junto a río, cerca de cataratas, en Norteamérica.
-¡Entonces conoces un montón de idiomas!
Ella le iba traduciendo a su pareja que nosotros éramos de Madrid y él asentía con la cabeza, cuando el camarero sirvió el segundo plato y en la pantalla de la tele la selección española salió al campo a disputar un partido contra los italianos.
-Oh…, mucho no. Inglés, francés, español y un poquito de alemán.
Para mí, tan ignorante como soy, es mucho y se lo dije. Hablamos del tiempo que permaneceríamos en la ciudad y de si era nuestra primera vez en ella, de si nos gustaba lo que estábamos viendo y cuánto. De que andar unas distancias tan grandes era muy cansado y de los altos precios a razón del dólar y del euro. Al rato, ya nos reíamos juntas y sin remordimiento. Pagamos simultáneamente la cuenta y ella reclamó preguntando: qué es esto, y tuvieron que reconocer el error y descontarle un veinte por ciento del total porque se habían colado en el ticket un par de cosas que ni habían pedido ni habían probado y cuyo precio no hubo forma de justificar. Dejó cinco euros de propina y al mismo tiempo que doblaba el billete en el plato me preguntó si el IVA estaba incluido aquí, le dije que sí, que no era necesario dejar más, era voluntario, y ella soltó una carcajada y recuperó el billete, pero el chico que la acompañaba enrojeció e hizo un gesto de vergüenza. Ella me explicó que en Canadá la propina, de un diez por ciento, es obligatoria y por eso… Al final pactaron y dejaron sólo una moneda de euro. Salieron un poco antes que nosotros del local y ella sonreía y me decía adiós con la mano desde la puerta, pero antes de levantarse se había despedido asiéndome los brazos y me había dado un par de besos en la cara diciendo:
-!Hasta luego!
Así es una parte de la gente que he conocido en París.
Como el niño de Puerto Rico que se sentó al lado mío en el autobús turístico y entablamos conversación mientras las ramas de los árboles nos rozaban la cabeza. Había estado en Venecia, muy bonito, pero esto tiene más monumentos, dijo. Y en Madrid, de donde le había subyugado los chupa chups porque en su país no los vendían. Se bajó cerca del Arco del Triunfo y desde la acera miró hacia arriba, pero antes de bajar la escalera hacia la primera planta del vehículo volvió la cabeza y dijo:
-Bueno, encantado de conocerte.
-Igualmente, sigo pensando, y eso fue lo que contesté.
O la pareja inglesa que preguntaba por el Charles De Gaulle (que no huele a nada de nada por cierto) cuando yo arrastraba mi pequeña maleta de regreso ya hacia el aeropuerto para volver a Barajas.
-¿Spanishhh?
Respondí en afirmativo.
-¿De dónde? Mi español es limitado, se disculpó.
-De Madrid. Mi inglés casi nulo, pensé.
La señora se llevó una mano al pecho y exclamó:
-¡Madrid paella!
En fin.
Los franceses del hotel, que no entendían español, ni pusieron mucho empeño, me dieron la planta 23 (el ascensor subía como un rayo, en segundos) y en recepción no me pidieron el D N I, no les interesaba mi nombre ni mi procedencia (de todas formas, con este acento "Madrid-paella" la tez y el pelo tan moreno, nórdica no parezco), sólo la tarjeta de crédito y la firma que la pusiera en funcionamiento de originarse cualquier gasto tipo minibar. Me debí de poner mu fea porque el empleado haciendo un primer y último esfuerzo dijo:
-Es precaución.
-Le problem, tendría que escuchar más tarde, cuando la expendedora de bebidas se tragara los dos euros y no me diera el agua. Nada a cambio. París es una fiesta, sí, pero también es un atraco a mano y a máquina. Y bastante aséptico todo, los japoneses fotografiaban el discreto geiser que se forma junto a las acera y lava los dos lados de las calles con un arroyo programado.
La máquina de escribir es de Ángel, un señor de Vejer de la Frontera, Cádiz, que tiene una colección de radios memorable, pero no crean que está anclado al pasado, nos estuvo enseñando también unas graciosas imágenes de Franco en Internet.

martes, 17 de junio de 2008

El cuco


Estábamos en el campo, a primeros de mayo, y caminábamos por la falda de una montaña, no muy alta, el sol nos calentaba los huesos de la espalda a través de la camisa y el viento nos acariciaba la cara. Había llovido los días previos y la tierra en algunas zonas brillaba empapada, se oían pájaros y ranas cuando pusimos el mantel sobre una mesa de piedra y la bolsa con los alimentos cerca. Y entonces…

-Cú, cú. Cú, cú. Cú, cú.

..las hojas de los árboles eran arañas de salón con cuentas de cristal que titilaban, nuestras deportivas se convirtieron en zapatos relucientes y nuestros vaqueros en trajes apropiados para bailar al son de la orquesta que sonaba alrededor. La hierba era el mejor suelo del más bello palacio del reino de las vacas, con baldosas de agua que reflejaban trozos de cielo…

-Cú, cú. Cú, cú. Cú, cú.

…las flores eran pebeteros de tres patas extendiendo aromas exquisitos, la ladera una larga cortina de terciopelo verde. Y por muchas patadas que dieran los chicos al balón después y por mucha tortilla de patata que comiéramos luego, ellos fueron príncipes, nosotras princesas y nuestros hijos ángeles que tocaban la trompeta.

lunes, 19 de mayo de 2008

Roces


Rosa me salva con entusiasmo de desayunar sola los domingos, (porque mi familia se levanta dos o tres horas más tarde), yo la salvo a ella los sábados, (porque lleva toda la vida viviendo con sus padres). Sale a mi encuentro con una sonrisa de satisfacción. Trabaja en la ONCE, así que todo el mundo la saluda y la conoce, y ella presume de prima en la primera oportunidad que se presenta.
-¿Qué tal ayer en el campo? Me pregunta.
-Bien. Estuvimos dando un paseo hasta El Sitio. Tuvimos suerte, hizo buen día. El campo está precioso. La jara viste de verde oscuro toda la sierra y las flores blancas son como el cenicero de gordas. (Está en el centro de la mesa, y Rosa lo mira para darse una idea) Salpican todo el manto verde, lo rompen, lo bordan. Huele a higuera y a olores tiernos, húmedos, y a las flores de todos los colores. El trinar de los pájaros se conjuga con el rumor del agua y en la piel se siente el frescor del aire. Todos los sentidos disfrutan. Todos. A la vuelta comimos ensaladilla, solomillo en hojaldre, pisto, tortillas...
-Claro.
-Luego dimos un paseo hacia el otro lado.
-Y ¿hasta qué hora estuvisteis?
-Hasta media tarde, yo me hubiera quedado más pero había que traer a mi padre, que buscó espárragos, y luego nos fuimos a casa de María Luisa.
-Ah.
Le hablo de Lucía, de que ya se anda y de cómo anda, (leo en su risa un poema, llevo quince meses mirándola y no termino de aprendérmela, Julián, se parece a las tres generaciones que hemos conocido y al mismo tiempo es única) le digo que durante un rato fui el caballo de Paula, (tiene ya más de tres años, su madre ha empezado a trabajar y ha tenido que explicarle punto por punto el porqué y el dónde, pues bien, una mañana cuando volvió del primer turno de noche salió corriendo a encontrarse con sus brazos y dijo: -Mamá, mamá, no vayas al hospital. Tú no eres enfermera, tú eres madre) de cómo jugaban con Zaira. Porque la perra las buscaba y ellas la seguían. Y la pequeña la saludaba todo el tiempo: Hola, (también me parece que tiene una voz preciosa) y el animal sacaba una lengua inofensiva para rozarle de un lametón cariñoso la cara.
-Pero la perra la han comprado después, ¿no?
-No. Un poco antes. Yo la vi por primera vez después, pero fíjate que nos huele y nos conoce y nos trata como a la gente de la casa, se restriega en la pierna y te mira mansa y recoge una caricia con agrado. Porque nuestro olor es el mismo. Había otro perro allí, en el campo, junto a la mesa de piedra donde comimos, que no se aparto de nosotros, se ve que nos olía y le gustábamos, le hice una foto con Irene. Era precioso, muy tranquilo, y era como si supiera a lo que íbamos.
-Los animales saben más que las personas, entienden más, dice con voz ronca. Son mejores.
-Sí, y presienten las catástrofes mucho antes, los terremotos, los tsunamis.
Rosa es especial, nunca llegará a ser una mujer como las demás, aunque vaya cumpliendo años y haya dejado de ser una niña hace tiempo. Ya habíamos terminado de desayunar y, cuando levanté la vista para buscar al camarero y pagarle, le asomaban dos lágrimas, una por la sabiduría animal y otra porque se reconoce en el olor de la familia.
Las personas especiales entienden emociones que no les interesan a las otras, más pendientes, por ejemplo, de las marcas y modelos de los coches. Por eso busco a Rosa los sábados y dejo que me encuentre los domingos para desayunar y hablar de cosas al aire. O de las otras.

viernes, 25 de abril de 2008

Juguetes


Hace muchos años tuve una balanza con dos platillos dorados y cinco pesas colocadas de mayor a menor debajo. Podía pesar cosas pequeñas, y pequeñas cosas. Un tomate no cabía si era grande. Podía poner una paraguaya, o un puñadito de arroz.
La balanza era el sueño de una tienda. La emulación de lo cotidiano reducida a un juego. La posibilidad de ofertar productos, atender al público, pesar, vender y ganar dinero.
Y era también una visión de futuro, una lección práctica, un ejemplo, una advertencia, había que guardar el equilibrio, repartir el peso, calcular bien, unos granos de maíz a un lado y la pesa pequeña al otro, o la mediana contra unos garbanzos, se podían pesar pipas de girasol, pero si llenabas el platillo de canicas o de piedrecitas no había pesa grande que valiera, ni siquiera todas juntas, el platillo se descolgaba y se hundía hasta la base del juguete.

Ya no la tengo, pero aún practico el equilibrio como un rito, como un juego.

jueves, 17 de abril de 2008

Cita a ciegas

Las cosas que escribimos, ya han sido escritas antes, no importa el orden de las palabras sino la idea que las promueve. Porque las cosas que pensamos, o sentimos, existieron antes que nosotros. Todo ha sido ya imaginado, soñado, sentido y vivido con antelación a nuestros ojos.
!Porque todos somos tanto, y tan poco!
Visité la explosión de Yoly Alonso por casualidad, o causalidad, que ahora viene siendo en mi vida lo más habitual. Y constaté que ella había pintado las cosas que yo he visto y me gustaron. Como me gustó ver en sus cuadros mis miradas al campo, un ramo de flores secas colgado en la pared de la casa de mi abuela, o de la suya, una escalera con flores moradas como sentidos golpes de un destino, y el pórtico del convento de Bonaval, tan bonito y deteriorado como cerca del río por donde fluye parte de mi sangre, discretamente camuflada en su fondo gris pizarra.
Di mi teléfono en el Centro Cultural para ponerme en contacto con ella, y quedamos para tener una cita a ciegas.
-Bueno, ¿Como eres? Le pregunté por teléfono.
-Tengo el pelo rizado y pelirrojo. ¿Y tú?
-Moreno, rizado también…
Nos encontramos al día siguiente y mantuvimos una agradable charla sin prisas, de esas que sólo se dan de vez en cuando. Aceptó mi propuesta: publicar fotos de sus obras junto a mis escritos, pero aún tengo que hacerlas, dijo.
De ahora en adelante podréis disfrutar sus cuadros en este espacio, siempre que yo escriba de un tema relacionado. De momento, en la imagen de arriba está el que le he comprado.

lunes, 7 de abril de 2008

Actriz por un día

No se oyó una mosca durante hora y cuarto. El público era incondicional y benévolo, como sólo los parientes y amigos pueden serlo. Nos íbamos presentando unos a otros. Poniendo y quitando el escaso el atrezo mientras los aplausos.
Daniela es la benjamina del grupo, hizo un texto sobre la infancia. Es algo tímida, pero divertida y espontánea. Capaz de compaginar sus exámenes de selectividad con los ensayos de esta primera experiencia teatral y la memorización de un escrito lleno de guiños humorísticos que no entendía al principio, porque cuando en España anunciaban aquellos juguetes y aquellos payasos salían en la tele a preguntar:
¿Cómo están ustedes?
Su madre aún no la había concebido en Perú.
La pronunciación de Belén Terrón y sus gestos son tan hermosos como su rostro y algunos detalles que no se ven pero se notan. Es bella por dentro y por fuera. Parecía una mujer africana declamando con acento mandinga “Sólo tres palabras.” Fue una artista trabajando en el aire telares y cerámicas mientras hablaba.

Belén Gutiérrez estuvo soberbia en uno de los papeles más difíciles. Es tenaz como ella sola. Desde octubre lleva acarreando la sábana antigua, blanca, que se va lavando mientras interpreta, desde el enamoramiento hasta el terrible e inesperado final, a una mujer maltratada. El último día vino a la muestra de teatro con una lavadora de cartón y corcho hecha por ella para que el público no tuviera que imaginársela en una silla de asiento rojo con patas negras. Vale mucho, por algo la dejaron para el final.

José Luis se presentó a la cita muy elegante y con el pelo recién cortado. Nos cogimos de la mano “amorosamente” como si los ojos de nuestra vida (su mujer y mi hijo, por citar sólo dos pares) no estuvieran mirando. Era una cena íntima que terminó cuando me negué, enérgica, a su descabellada proposición. Él hizo perfectamente de psicópata después en “Pirámides” y yo soy un imán de locos. Así que nuestra extraña pareja encajaba de alguna extraña manera.

Piedad fue por algo la primera en actuar. Es muy buena. Con un monedero en la mano hablaba de su obsesión por ella, de su dependencia y parecía que hablaba de un amor. Es una actriz dramática, puro nerviosismo y concentración previos. Como una profesional del juramento se comprometió muy en serio a no acercarse más a una máquina tragaperras. Qué bueno estuvo ese momento.

El texto de Paloma Pedrero lo tuve entre manos tres meses. Al final lo hizo Susi. Ella tiene tablas, aunque no sean exactas (canta y baila en otro grupo) y sabe improvisar y salir del paso como nadie. Estuvo muy graciosa. Se apoyaba en la mesa y en el papel para contar “su experiencia” durante un masaje terapéutico. Que ese apoyo para no olvidar un texto tan largo, trabajado en tan poco tiempo, quedase natural, sólo ella supo hacerlo.

Luis Hostalot, el actor responsable del grupo, presentó y despidió el acto. Al final, cuando subió al escenario dijo:
-Muy bien, eh, muy bien, chicos.

Hay que creerle porque cuando estuvimos mal también lo dijo. Es fácil recibir lo que da y difícil dar lo que exige. Empezamos veinte y quedamos siete. Seis tienen talento y mi saco de inseguridades, actriz por un día, estuvo entre ellos, sin más mérito que el de la resistencia, del si quiero puedo.
Les doy las gracias a tod@s por permitirme vivir ese momento.
Saludamos cogidos de las manos, aplaudieron y bajamos del escenario.


María Luisa estuvo entre el público y nos abrazamos en la puerta. Mucho, mucho más fácil que actuar fue decirle lo que siento por ella.


Carmen Orozco

jueves, 27 de marzo de 2008

Flor protesta



En la entrada de la biblioteca central de Torrejón de Ardoz hay flores rojas y amarillas. Se alza entre ellas una mata de pensamiento espontánea, como quien levanta un dedo para dar la opinión contraria.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Ideologías y símbolos


Es uno entre el millón de jóvenes que han votado por primera vez en las últimas elecciones generales del 2008. Colgó la guitarra para ver los debates electorales y tomó su secreta decisión. Aquel domingo, 9 de marzo, fue a ejercer su derecho acompañado de su hermana, cuatro años mayor. Dos Amores. Fue bonito verlos volver por el parque de los patos, un pulmón, una franja verde, entre nuestra casa y las urnas del colegio, conversando y riéndose, cada uno a su rollo. Nacieron el mismo mes, en julio, y por dos horas casi el mismo día, pero son tan distintos...
(Aunque en empezar a darme satisfacciones se están pareciendo mucho. Mario ha recibido una carta certificada con una felicitación y un cheque, no importa porqué. Pero dan ganas de enmarcarla. Es el símbolo de que por mucho que hayamos errado al educar a un hijo algo hemos hecho bien)

lunes, 24 de marzo de 2008

La pasión


A veces sobran luces, velas y flores para encontrar la esencia de las procesiones, cadenas, cruces y estandartes, mantillas negras y rosarios en manos de plañideras, bordados, dorados… es decir, casi todo. Prefiero ver el milagro del pan y los peces sobre un suelo de tierra seca, la resurrección de Lázaro, hermano de Marta y María, entre matojos, La Santa Cena en la plaza, o cualquier otra escena de la vida de Jesús interpretada por un pueblo. En Morata de Tajuña llevan XXII ediciones poniéndose de acuerdo, y eso sí que es un milagro. Los hombres se dejan crecer la barba y las mujeres caminan con sus hijas de la mano, vestidas con túnicas que han hecho ellas mismas. El pan es de verdad y huele a pan, la fruta de los puestos huele a fruta natural. Y saludamos al apóstol san Pedro (que se llama Modesto) al pasar. Con el grupo de teatro TALIA, Jesús ora en el huerto, junto a olivos verdaderos.
Cuatro horas de espectáculo declarado fiesta de interés turístico.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Croquetas para Irene

A Juan le dije que había heredado un imperio y se lo creyó. Porque soy muy rica. Pero la verdad es que todo empezó con las palabras de mi sobrina, primero dijo:
-¡Uum, pero si hay croquetas!
Luego dijo:
-Están muy buenas, tía.
Y por la tarde, al despedirse con un beso, añadió:
-Muy rico todo, pero lo mejor de la comida, las croquetas.
A un segundo plano pasaron el queso puro de oveja y el salmón ahumado del aperitivo, la sopa de marisco y el cochinillo asado. Yo ya sabía que me salían ricas, pero me reafirme con aquellas palabras de reconocimiento y empecé a invitarla cada vez que las hacía. Luego compré un trozo de tierra sin futuro y se me ocurrió lo del chiringuito, la gente venía al principio porque no había otra cosa para entretenerse alrededor. Y después el boca a boca trajo gente de otros sitios, y cuando quise darme cuenta tenía una chica rumana aprendiendo la receta conmigo en la cocina y otra en la barra atendiendo a los clientes. El negocio de pequeños kioscos se fue extendiendo como una mancha de aceite, y todos daban mucho trabajo y mucho dinero. Contraté cocineras, camareros, contables, asesores, y gente que se encargaba de contratar a gente hasta que al final tuvimos un restaurante en cada Centro Comercial. Yo ya no trabajo claro, y cuando Juan me preguntó como había conseguido vivir sin trabajar le dije:
-Es que he heredado un imperio, tío.

viernes, 7 de marzo de 2008

Paromités

Un día inventé un lenguaje propio de forma artesanal, hecho con retales del idioma. Como esas colchas de trozos de telas de colores, con cuadros, florecitas, o rayas, que dan un resultado sorprendente y homogéneo. Lo llamé paromités.
Víctor se interesó por él y me propuso que le tradujera un texto para hacer un corto, yo no tenía nada perder, más que el rato que me llevó hacerlo, y sólo ganaba mi nombre y apellidos en los créditos. El resultado de aquella osadía a tres bandas, porque la música la realizó Jesús Mallo, es éste:

jueves, 21 de febrero de 2008

Sevilú

En Sevilú cosíamos y cantábamos. Letras del grupo Jarcha, (Libertad sin ira) de Serrat, (Lucía) de Luis Eduardo Aute, (Fue en aquel cine ¿te acuerdas? En una mañana al este del Edén…) de Cecilia (Dama, dama, de alta cuna de baja cama…) Cuchi forraba botones de tela para rematar las prendas de lencería femenina que confeccionábamos. Pijamas, picardías, y conjuntos de bata y camisón, a veces de blonda blanca para novias.
Esos, los de las novias, son los que más trabajo daban porque iban forrados de tul y había que prepararlos, prendidos con alfileres, antes de pasar a las máquinas de coser. Normalmente nos quedábamos a hacer horas extraordinarias con la angustia de no poder avisar a nuestras madres. Había teléfono en el bar, y María, la patronista, nos permitía llamar desde la oficina cuando nos veía preocupadas, pero era imposible porque no había teléfono en nuestras casas. No era raro en aquellas tardes ver correr unas lágrimas.
-¿Niña, qué te pasa?
-Mi madre se va a preocupar por mí, no sabe nada.
Casi todas pasábamos un mal rato el primer día. Los siguientes ya todo era risa. Nuestras madres estaban avisadas. Tomábamos un bocadillo dando un paseo hacia la finca El Paraíso, enorme, con la reja llena de flores, y nos echábamos los piropos de los trabajadores al bolsillo de la bata. Las pequeñas saltábamos a la goma cuando hacía sol y tirábamos bolas de nieve cuando nevaba y las mayores se reían de nuestro recreo: Estas niñas se creen que todavía están en el colegio.
En Sevilú nos reíamos mucho todos los días, con cualquier motivo, sólo a veces lloraba alguna aprendiza. Pero Cuchi tenía un rato reservado a momo todos los días, la veías entre las mesas del corte buscando retales de colores y quejándose.
-¿Qué te pasa, Cuchi?
-Tengo mil quinientos botones de esta referencia, qué voy a hacer, no me va a dar tiempo a terminar.
-No te preocupes, que los pongan de pasta.
Al día siguiente lloraba en su puesto, agarrada a las bolas que tenía que presionar para que el botón quedara hecho.
-Cuchi, ¿qué te pasa?
-No tengo botones, me van a quitar de la máquina.
-¡Cualquiera te entiende, hija, nunca estás conforme!
O bien:
-Ahora viene una marcada de tres mil batas, y llevan siete botones cada una, no me va a dar tiempo, y además seguro que no encuentro retales de terciopelo suficientes.
-Qué sí mujer, verás como te da tiempo, y ya sabes que cuanto más corten más recortes sobran, tela no ha de faltar.
-Qué no, multiplica tres mil por siete, ya verás que cifra: veintiún mil botones, casi nada. Y encima son para Galerías Preciados.
Aquello se convirtió en un motivo fresco de risa, y al verla compungida, o sentirla hipar, en vez de preguntar qué le pasaba, Margarita decía con sorna entre el vapor de su plancha, que estaba justo detrás:
-¿Qué, son “pa” Galerias?
Y Cuchi se afiliaba otra vez al sindicato de una risa adolescente, contagiosa y generalizada, que ponía cara de sargento, verde de envidia, a la encargada.
Esto que cuento sucedió hace treinta años, pero la foto es de ayer tarde, porque mantenemos la amistad y nos gusta contarnos cómo nos va la vida. El café duró tres horas.

lunes, 18 de febrero de 2008

Confesión


Confieso que no entré a la iglesia a rezar, sino a ver “santos”, porque el edificio era tan bonito por fuera, tan antiguo.
Mucho me sorprendió un libro de san Agustín, y no sé cuál otro, encima de una mesa vestida de terciopelo púrpura, entre folletos de beatos, estampas de santos y sobres para donativos.
La cultura por fin al alcance de cualquiera, pensé mientras lo hojeaba.
Ya cerca del altar, en una doble losa de mármol blanco, leí los nombres de los caídos en 1936, sus apellidos, sus edades. Sentí posarse en mis hombros todo el peso del dolor de un pueblo, independientemente del bando al que pertenecieran. ¿A qué bando puede pertenecer un chico de 16 años? ¿Se puede ser sólo de un color, tan temprano? Y, en todo caso: ¿Da un color diferente derecho a matarlo?
Otra cifra me exprimió los ojos, la mano derecha de un cuatro, en mi ojo izquierdo, la mano izquierda de un siete, en el derecho. Tu edad eterna.
Salí del templo.
Un viejo plantaba cuatro rosales cerca y volaron sobre mí, Julián, siete cigüeñas.

jueves, 14 de febrero de 2008

Hoy


Tiene veintidós años y se apellida Amor, es auxiliar de enfermería. Esta mañana ha tenido que realizar un curso en Prevención de Riesgos Laborales. Ayer me pidió que la acompañase. A las nueve de la mañana estábamos en la calle Bravo Murillo, de Madrid. Cuando ha terminado, una hora y media después, nos hemos ido a descubrir el mundo juntas. En el metro un violinista tocaba El lago de los cisnes y le he dado un euro. En otra esquina la melodía de un acordeón nos ha hecho bajar a su ritmo los peldaños de la escalera. Y nos ha dado risa un techo tan bajo que casi lo rozábamos con la cabeza. Hemos ido de la calle Sagasta a Sol, andando. Coger una taza de humeante café, después de la caminata, ha sido un bálsamo. En una librería antigua le he dicho que el olor de los libros es al cerebro lo que el de los pasteles al estómago, o algo parecido. Pero esa frase no es tuya, ha replicado. Cómo que no, si acabo de pensarla y de decirla. Entonces apúntala, ha insistido, lo cual significa que le gusta. Y no siempre es fácil que tus cosas gusten a los hijos.
Hemos visto quioscos de forja, limpiabotas, locales que olían a incienso, tiendas de té, edificios de todos los estilos (precioso el de la Sociedad General de Autores) y gente de todos los pensamientos. Desde un escaparate me ha guiñado el ojo una camisa, que por suerte era de mi talla. Y luego, ya en la plaza, ella ha comprado lana para terminar la alfombra que hace tiempo tiene empezada. Cuando le he pedido que me hiciera una foto con las madejas de colores al fondo, se ha sorprendido un poco. Había quietistas, un hombre que tocaba en copas de cristal y otro que hacía sonar un instrumento extraño, desconocido para nosotras.
Y luego hemos ido a la estación de Atocha.
A las cuatro menos cuarto de la tarde, después de comer en un Índalo que hay en la base de una torre azul, en La Garena, de Alcalá de Henares, ella se ha ido a la clínica dental donde trabaja y yo he venido a casa, he encendido el ordenador y me he puesto a escribir que comía mal de pequeña, que lloraba mucho y dormía poco. Pero a estas alturas de febrero los almendros están en flor y la pureza de su blancura me dice que valieron la pena tantos desvelos. No porque tenga veintidós años, ni porque sea auxiliar de enfermería, ni porque se apellide Amor, ni porque sea mi hija. No. No es por eso.

jueves, 7 de febrero de 2008

Libros


Tengo un libro usado. Viejo. Manoseado. Cansado de andar y ser leído. Achacoso, extenuado. Triste, asfixiado. Destripado. Tengo un libro…

vivo.

miércoles, 30 de enero de 2008

Palabras en libertad

Leí en Babelia, el suplemento de El País, un artículo sobre el IV congreso de la lengua. Una veintena larga de escritores proponían rescatar palabras en desuso de nuestro castellano. Cristina Cerrada, autora de “Noctámbulos” eligió inconsútil.
La palabra tiene una belleza de significados, es la piel de nuestro cuerpo, el uniforme de lo humano. Es algo sin costuras. Inconsútil es el cielo, el mar, la piel de la cereza, la membrana que envuelve al corazón.


Me gustan muchas palabras y algunos significados.

Una página de Internet, proponía hace tiempo elegir las diez palabras más bonitas del idioma. Escribí estas:

Paz, luciérnaga, iceberg, boina, espiga, rosal, tesoro, ánimo, deseo, etcétera.

Hice una pequeña trampa inofensiva, porque con la primera letra de las ocho intermedias se forma otra: libertad, y la última encierra en sí misma una posibilidad de palabras infinita.

La foto que he puesto, aparentemente no tiene nada que ver con el texto, la tome hace dos años a una casa inclinada hacia delante, en Amsterdam, pero al elegirla me he dado cuanta que el color con el que está pintada tiene algo de inconsútil, como la piel de los labios, la del corazón o la de la cereza. Y además por el cielo, aunque no se aprecia, íba una paloma volando, en libertad, y quizá desde su altura viese el mar.

viernes, 11 de enero de 2008

El costurero


El costurero llegó al pueblo cuando yo tenía nueve años, y tuve que esperar un curso entero para abrazarlo. María Luisa Horcajada se lo vendió a mi padre con cien papelitos de azafrán, muy bien doblados, dentro. Fue mío desde el principio pero tuve que esperar hasta que se vendiera el contenido.
No era un costurero, era, y sigue siendo, una caja de madera decorada con una estampa andaluza.
Preparé los hilos de colores, enrollados sobre papeles con dibujos de la escuela. El canutero de madera lleno de agujas finas. La almohadilla, o acerico, para los alfileres con cabezas de colores. Un dedal de plástico rojo, cinta métrica de papel y unas tijeritas.
Quienes entraban a la tienda admiraban tan hermosa caja. En junio nos dieron las vacaciones y, al fin, puse los hilos dentro, el canutero, el dedal y las tijeras.
Más de treinta años después todavía lo tengo. Cuando abro la tapa hablo con el tiempo.

martes, 8 de enero de 2008

Reflejos

La Fuensanta, de Julio Romero de Torres


Hoy me he mirado al espejo, y sí, tengo la edad que aparento.


(¿Se refleja el alma en los espejos?)

jueves, 3 de enero de 2008

Julián y yo



Tus palabras:

El pájaro loco
Mirad bien la base de los árboles hasta que déis con un montoncito de serrín pegado al tronco: unos dos metros más arriba estará el nido del pico picapinos. Esperad escondidos a que el padre o la madre venga a cebar a sus crías y cuando esté dentro tapad el agujero con la bolsa de plástico que tendréis preparada. Al salir, el pájaro será vuestro. Guardáos de su pico y no lo metáis en una caja de madera ni en un armario. Sé lo que me digo


Las mías:

El nido
La nata de la leche con azúcar sobre la rebanada de pan tibia. Cola cao en el vaso y en el bigote. Madalenas con su nevada de azúcar en la cima. Mama presumiendo de que en el horno han dicho que las suyas, las nuestras, han salido muy bonitas. La radio puesta antes de ir a la escuela. Y tú negándote a contar donde está el nido que te sabes.
-Por favor, por favor.
-Vale, pero no lo toques, porque si lo haces, si tocas la cáscara del huevo la madre aburre a los polluelos.
-No los toco, pero dime ¿Dónde, dónde?
Haces un plano verbal, de piedras, hierbas, medios giros, pasos contados y lomas a la izquierda.
A la vuelta de la escuela fui a buscarlo y lo encontré. Pero el plano era tan amplio, tan minucioso y detallado, que ocupó todo el espacio en mi cerebro de nuez de los siete años, no cabía el “prohibido tocar”. Sólo cogí uno de los tres huevos moteados que había, pequeño y suave, fue un tacto mágico y la emoción hizo que me sudaran las manos y el sudor hizo que resbalara el huevo y la fuerza por sujetarlo hizo el resto.