lunes, 18 de febrero de 2008

Confesión


Confieso que no entré a la iglesia a rezar, sino a ver “santos”, porque el edificio era tan bonito por fuera, tan antiguo.
Mucho me sorprendió un libro de san Agustín, y no sé cuál otro, encima de una mesa vestida de terciopelo púrpura, entre folletos de beatos, estampas de santos y sobres para donativos.
La cultura por fin al alcance de cualquiera, pensé mientras lo hojeaba.
Ya cerca del altar, en una doble losa de mármol blanco, leí los nombres de los caídos en 1936, sus apellidos, sus edades. Sentí posarse en mis hombros todo el peso del dolor de un pueblo, independientemente del bando al que pertenecieran. ¿A qué bando puede pertenecer un chico de 16 años? ¿Se puede ser sólo de un color, tan temprano? Y, en todo caso: ¿Da un color diferente derecho a matarlo?
Otra cifra me exprimió los ojos, la mano derecha de un cuatro, en mi ojo izquierdo, la mano izquierda de un siete, en el derecho. Tu edad eterna.
Salí del templo.
Un viejo plantaba cuatro rosales cerca y volaron sobre mí, Julián, siete cigüeñas.

4 comentarios:

Marian dijo...

La guerra destruye todo lo que toca, da igual que sea un inocente niño o un pobre anciano...
El hombre se destruirá a si mismo.

Pablo Rodríguez Burón dijo...

gracias por la visita, y por la enhorabuena. un abrazo!

Anónimo dijo...

¡Que bonito Edurne...! la foto que ilustra el relato y lo que en el dices...¡ME ENCANTAN LOS ANGELES!...Y me ha gustado mucho como te comunicas con Julian...¿eren tú el ángel Edurne?

Mª Luisa.

Carlos dijo...

No hay edad para una ideología, el tiempo, nos acaba enseñando que aquello en que creíamos ciegamente,un día, de repente, se desvanece, y ciego es quien, a lo largo de los años, no es capaz de evolucionar en sus creencias, en sus ideas, en sus pensamientos y en sus sueños, ilusiones y metas.

No hay edad para ser sólo de un color, ni tampoco para dejar de soñar, ni para ilusionarse, para ni abrazar con pasión la vida. Desgraciadamente tampoco hay edad para cercenar sueños, ilusiones y vidas.

No es sólo el dolor de un pueblo, es el dolor de una persona que perdió sus sueños, sus ilusiones y su vida, y junto a él, muchos más que perecieron de igual manera y que perdieron los mismos tesoros, dejando tras de sí un rastro silencioso de tristeza, dolor, pena, rabia, odios y mutilaciones de almas y corazones que antes vivían unidos en un mismo latido.

Los colores, los bandos, las ideas no matan, mata el hombre al propio hombre partiendo de su propia ignorancia...

Saludos,
Carlos

www.elguacamayodante.blogspot.com