martes, 30 de diciembre de 2014

Ella


Se sentó a esperar y se quedó de piedra en aquel punto del Parque del Retiro. Leyó casi todo el libro del tirón. Cuando se sintió cansada dejó caer el brazo con el libro abierto. Alzó las rodillas y bajó los párpados. Tenía sueño. Oscureció. 


Por las mañanas el sol le fue blanqueando, rayo a rayo, la piel y por las tardes el viento la envistió hasta endurecerle las formas. 

En el hueco de su pubis se quedaba prisionera el agua de la lluvia, a veces también la del riego, porque estaba rodeada de césped, y los pájaros que pasaban volando se paraban a beber en Ella. 

Cuando llegó el otoño, de las las hojas del libro se fueron cayendo, una a una, las letras secas.

sábado, 29 de noviembre de 2014

El vestido mariposa

Todo comenzó en el Museo Metropolitano de Nueva York, cuando Roxan miró el hermoso vestido de Charles James. De color naranja degradado y brocados en bronce, a la distancia adecuada parecía una bella mariposa e invitaba a salir volando con él puesto.
Lo deseó con vehemencia. Le dijeron que no estaba a la venta. Pero todo tiene un precio y si algo tenía Roxan entonces, era dinero.
Dedicó sus días a la ilusión de alcanzarlo y las noches a soñar con sus formas. Cinco años tardó en conseguirlo.
Se lo probó con sumo cuidado para no romperlo, al mover la tela se desprendía parte del polvillo que lo envolvía entero. Roxan por fin parecía una mujer feliz. Apenas le dio tiempo a mirarse al espejo.
Cuando una mariposa anaranjada, con arabescos en  las alas, se cruce en tu camino, fíjate bien, si vuela con elegancia y tiene una gran concentración de felicidad en la cara, agita la mano y salúdala.


sábado, 15 de marzo de 2014

Por qué escribo

Tratar de explicar por qué escribimos es igual que tratar de explicar porque nos enamoramos. Hay algo común en ambas cosas; diversas razones y ninguna concreta, mucho menos única. También es algo parecido a tratar de explicar quién somos. No a qué nos dedicamos, cuál es nuestro nombre, nuestro color de pelo, o de ojos. Escribir es un acto espontáneo, un acto de amor.
Acabo de usar media cita de Jean Cocteau, completa dice: «Escribir es un acto de amor, si no lo es no es más que escritura», mi hermano escribió estas palabras en una felicitación de cumpleaños entre las suyas para animarme a seguir escribiendo. Es inevitable utilizar las palabras que emplearon otros, seguir la estela de aquellos a quien admiramos. Yo comencé admirando al autor del primer cuento que leí en Elche: El pastel de Roe Roe, admiré a Charles Dickens por Oliver Twits, a Marc Twain, a Cervantes… seguí aumentando la lista de autores clásicos y contemporáneos, mientras admiraba a mi hermano que, además de trabajar y estudiar, escribía cuentos y ganaba premios que alegraban mucho a mi madre cuando la llamaban por teléfono para decírselo, una vez ella le preguntó por qué, si ya vivía en su casa, seguía dando su número, él contestó: «porque así te llevas tú la alegría primero», en cuanto pude retomé los estudios y puse las tildes en su sitio, continué leyendo y comencé a escribir por presunción, quería que mi hermano se sintiera tan orgulloso de mí como yo lo estaba de él. Conseguí ganar algún certamen, publicar algún relato, lotes de libros y un dinerillo para viajar, pero el mayor premio fueron sus palabras animándome a seguir su estela. Escribí para inventar historias con olor a pan tierno, publicar en Internet, participar en Albanta todas las semanas y también para jugar con él de grandes y en serio. Una vez, sin ponernos de acuerdo, contamos la misma historia, la historia del cojín que nos tirábamos a la cara de pequeños y un día se quemó en la estufa. La complicidad une mucho; pactamos no echarnos la culpa el uno al otro. Él me llevaba ventaja; catorce meses de vida y años luz de inteligencia, yo escribí primero la historia a mi manera y el ordenador se tragó mis letras de novata informática, ¡bah!, me dije, como la zorra del cuento, total no valía la pena contarlo, luego lo escribió él con licencia poética y se lo leyeron en la radio,  entonces lo volví a escribir y le propuse un juego. Le bastaría con teclear mi nombre para encontrar el relato y sorprenderse con nuestra foto de pequeños. Nos lo íbamos a pasar muy bien.

Pero el destino tenía otros planes. Dolor, rabia, impotencia. « ¿Por qué escribo? ¿Quién me manda proponerte un juego?»...
Un amigo de Albanta me dijo entonces: «Carmen, no descuides ahora a tu familia y escribe, porque escribir es otra forma de  llorar”. Han pasado casi siete años de la muerte de mi hermano y aquellas palabras me siguen pareciendo una de las cosas más hermosas que me han dicho.

Lloraron también en un papel mi padre y mis hermanos. Escribieron. Quién escribe alguna vez desde el fondo de su alma, no vuelve a ser el mismo. Quien ama profundamente tampoco. Aunque el texto sea inventado, si las entrañas te dictan algún párrafo, en ese cuento das parte de ti. Igual que cuando besas con los ojos cerrados y el mundo alrededor se borra porque sólo existes en el contacto de esos labios, envoltorio inconsutil que te acerca y te depara del ser que estás besando.
Así que por un lado escribir es volcar todo el dolor que se pueda en un papel  y por otro escribir es dar la mejor flor de ti a los demás.
Escribo para buscar algo que no sé si existe y mucho menos donde está.
Escribo para soñar despierta, para abrir un mundo paralelo que se ajuste mejor a la víscera sensible, bella y oscura, que llevo dentro. Escribo para conocerme, aceptarme y dejarme querer.
Escribo para transgredir, porque me gusta lo prohibido.
Escribo porque amo las nubes y no alcanzo. Para crear y destruir. No sé para qué escribo, pero sufro y disfruto haciéndolo. Igual que disfruto y sufro amando. Escribo para sentir.