miércoles, 3 de septiembre de 2008

Única y diversa

El tormo
La ciudad donde nací está encantada. Cuenca es otro planeta. Los pueblos de la provincia están llenos de casas humildes y calles empinadas, la capital repleta de rincones íntimos, de secretos, y de historia. En la superficie habitada de pinos hubo mar hace mucho, mucho tiempo, y aún se nota su presencia marcada por hervor de siglos en ollas de piedra.
La región de la Alcarria conquense es una ruta de mimbre y miel.
La Mancha y la Manchuela ofrecen toda la gama imaginable de verdes y ocres en contraste con la blancura de los molinos de viento y las casas austeras, discretas, bajas.
La Serranía es una fiesta de relieves, visita obligada para los amantes de la naturaleza, basta una mirada al horizonte, roto por las caprichosas formas pétreas, para enamorarse del lugar donde te encuentras.
La hoz del Júcar y la del Huécar se alianzan para fortalecer al conjunto medieval de una ciudad encumbrada, de recia gastronomía y casas colgantes. Es considerada de Interés Turístico su Semana Santa, cuya procesión de los borrachos discurre por callejuelas empedradas y estrechas. La capilla de san Julián construida por Ventura Rodríguez es solo un ejemplo del arte que adorna sus calles, donde hay muros de barroco tardío y fachadas que fluctúan entre el gótico y el renacimiento. Pero no seré yo quien haga inventario de estilos arquitectónicos, no, a mí solo me corresponde dar mi opinión. Los monumentos están allí para disfrute de todos los ojos dispuestos a ser puerta para que entre la belleza y se clave en los huesos. Hay balcones naturales a los que puedes asomarte, como el Ventano del Diablo, a cavidades horadadas en la tierra por donde el río discurre lento y seguro de sí mismo, hondo y misterioso.
El nacimiento del cuervo con sus cascadas cantarinas o hechas témpanos, Las torcas formadas por restos de criaturas marinas, son perfectamente redondas, anchas, profundas, cada una cuenta una leyenda y casi todas hablan de amor, Las majadas con su parque cinegético El Hosquillo, un valle habitado por corzos, osos, buitres y cabras hispánicas, los montes colindantes repletos de sabinas, pinos, acebos, robles, avellanos y bojes, el camino a Beteta y su manantial de aguas minerales, sus cuevas con pinturas rupestres, Alarcón, el castillo de Belmonte...
...y algún tocón triste que suda lágrimas de ámbar.
Nací en el planeta Cuenca. En Tarancón. A los bordes de la carretera puede observarse la suave insolencia de un árbol solitario en una ladera de la parte más seca, largas historias contadas por las formaciones rocosas, amadas primero por el agua y besadas luego por viento durante milenios, muestras de tierra policromada en diversas tonalidades de rosa. El agua es abundante y el terreno abrupto, la Serranía acoge ciervos, jabalíes, gamos y muflones. Su clima es frío, pudiendo nevar abundantemente en los inviernos, y entonces las confieras y el pino se visten de blanco y verde, se ponen elegantes como una novia para una boda. La gastronomía es recia, como sus gentes, asados de cordero, calderetas, estofados de legumbre, las migas de pastor, las fritadas de matanza, los pistos y las gachas democráticas: de mojada y marcha atrás.
Soy de Cuenca, única y diversa.

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