miércoles, 1 de abril de 2015

El mismo tam tam


Pasó del bienestar absoluto al mayor desasosiego. De flotar sin más preocupación que disfrutarlo a sentir la imperiosa necesidad de desplazarse. De tener el estómago lleno y pacífico a sentir un vacío inmenso y una marea nueva que le impelía a salir, a buscar alimento fuera. Su cabeza provocó las primeras contracciones. Su cuerpo a proporción más pequeño iba detrás. Era duro empujar, costaba trabajo abrirse paso por el estrecho canal, caliente y pegajoso. Atravesar ese conducto cansaba y dolía. Pero por algún motivo, todavía incomprensible, resultaba necesario.

En el primer recodo olía a infancia; un canturreo en clase de matemáticas para aprenderse las tablas de multiplicar y un golpe en la espinilla, junto al borde del babi azul, a la hora del recreo. Luego, en la juventud, el sabor de un primer beso y el dolor de unos labios que se alejan para siempre custodiando la dulzura de su lengua, la suavidad de sus dientes. Hubo estatuas en los jardines y de vez en cuando la insólita visión de una ardilla y la cola de un pavo real abierta en forma de abanico. Horas de disciplina militar, de sueño y de vigilia, de libros de medicina, y más tarde de consultas, algunas a deshora. Después una boda y un hijo. Otro hijo y un divorcio. Convenciones, champán, viajes y cenas. Traslados de hogar por los cinco continentes. Cuentakilómetros, soles, colinas que subir, conciertos que escuchar, amaneceres, aviones, barcos, a veces trenes. Supo en qué bolsillo guardaban sus secretos las mujeres. Un sinfín de búsquedas y encuentros, de silencios y diálogos, de sucesiones tan maravillosas y habituales como el día y la noche. Y luego el ocaso que da comienzo al fin. Pasó del malestar absoluto a flotar en la mayor paz.

La fricción del túnel materno apretando la carne en su carita. Doblando hacia adentro los huesos de su cráneo. Parar y seguir empujando. Sudor y sangre. Jadeos. A un plof que tiene que ver con el agua de los ríos y del mar, con peces que resbalan, con semen y sebo, salió a una luz deslumbrante, cegadora. Unas manos grandes lo cogieron de los tobillos y lo agitaron en el aire, cabeza abajo, le dieron golpecitos en las nalgas, y lloró. Lo apoyaron en el pecho de su madre y notó los latido de su corazón, igual de rítmicos, pero un poco más acelerados que cuando estaba dentro. El tam tam de la vida. El ciclo que empezaba y terminaba al mismo tiempo, porque el trayecto recién recorrido no haría otra cosa que repetirse en adelante, y las mismas sensaciones volverían a instalarse en los recodos de sus sesos en multitud de situaciones. Nacer y morir es lo mismo. En el tiempo que dura encontrar la salida del laberinto no somos más que un pez que resbala en el agua, o una muestra de piel al viento. Pequeños, grandes. Mojados, secos.
 

2 comentarios:

Miguel dijo...

Hola Carmen, nacer y morir es lo mismo, estoy totalmente convencido de eso.
Hace poco mi hermano tuvo una niña tras varias técnicas de fecundación
He seguido de cerca todo el proceso.
Tu entrada me lo ha recordado.
Alba, que es como se llama , tiene tres meses. Nacío prematura apenas llegaba a 1,3 KG y a pesar de eso el tam tam de la vida se abrió paso.
Un placer leer tu entrada
Un beso

Carmen dijo...

Miguel, qué alegría, Felicidades, ¿sabes una cosa? También yo tengo una sobrina de tres meses de mi hermano el pequeño. Se llama Emma. Casualiades de la vida. Un abrazo